CUÉNTAME UN CUENTO: Margarita Lagartija


Cada vez que la profesora llegaba al pasar lista a Margarita… se hacía un gran silencio en la clase. Y ella contestaba en voz alta:
– «¡Lagartija!»– Pero nadie se atrevía a decir ni «mu». Ni siquiera se reían. Tenían muy asumido que Margarita era para todos «Margarita Lagartija».
El mote se lo puso ella misma porque le encanta trepar por los árboles y buscar lagartijas para encerrarlas en un bote, arrancar las flores y tirar de la coleta a Lucía, la niña más guapa de la clase.
Y como Margarita era un tanto traviesa, nadie se atrevía a jugar con ella. Así que terminaba jugando sola en su árbol favorito, ese en donde antes había un columpio que ella misma rompió de tanto dar saltos y más saltos encima.
Margarita se lo pasaba pipa haciendo de rabiar a todos. Les quitaba la goma de borrar en clase y las tiraba por la ventana. Y cuando la profesora preguntaba qué pasaba, ponía cara de buena y listo.
También les desabrochaba los cordones de los zapatos a los chicos sin que se dieran cuenta. ¡Imaginaros cuántos tropiezos!
No había manera. A Margarita Lagartija lo que le divertía era reírse de todos, aunque terminara haciendo llorar a alguno.
Pero Margarita Lagartija en el fondo, muy en el fondo, se sentía sola. Y muchas veces terminaba junto a su árbol favorito dando patadas a las piedras. Cuando se le terminaban las travesuras, ya no tenía nada que hacer.
Un día llegó una niña nueva a clase. Se llamaba Julia. Los demás niños le advirtieron:
-Ten cuidado con Margarita: es un bicho.
Pero a ella su mamá siempre le había dicho que había que conocer a las personas para saber si te gustan o no te gustan. Así que no hizo mucho caso.
Julia se sentó al lado de Margarita en clase. Y Margarita se extrañó de que alguien quisiera compartir pupitre con ella. Al principio no le gustó ni un pelo. Pero pronto comprobó que Julia no le tenía ningún miedo.
Si Margarita tiraba una goma de borrar, ella le acercaba otra. Si desataba los cordones de los zapatos de Pablo, ella le decía al niño:
– «Pablo, se te han desatado los cordones. ¿Te ayudo a atarlos?».
Y cuando Margarita se iba a su árbol a arrancar flores, Julia la seguía, y con las flores arrancadas hacía un ramillete precioso y se lo llevaba a casa.
Margarita nunca había sentido nada igual. ¡Por fin alguien que la entendía y no la regañaba ni le tenía miedo! A partir de entonces descubrió que era mucho mejor tener amigos.
Aprendió mucho de Julia y de los demás niños. Y decidió compartir su árbol con todos. Volvieron a colocar un columpio nuevo y esta vez duró mucho pero que mucho tiempo. Eso sí, siempre siguió llamándose Margarita Lagartija. Hay cosas, que por mucho que intentemos olvidar, quedan escritas en nuestro diario para siempre.


Margarita Lagartija era muy traviesa. Se pensaba que portándose mal, era protagonista y todos la admiraban, cuando en realidad, lo que la tenían era miedo. Todo lo que necesitaba Margarita era una amiga. Margarita al fin se da cuenta de lo fabuloso que puede ser portarse bien. 

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