CUÉNTAME UN CUENTO: El día en que el sol se enfadó


El Sol estaba ya muy cansado de salir todos los días a iluminar la Tierra y darle calor. Estaba además muy enfadado con sus habitantes porque eran unos desagradecidos. En otros tiempos, todos los días le daban las gracias al salir y le despedían al atardecer, levantaban monumentos en su honor, le dedicaban canciones, grababan su cara en las piedras, le hacían versos, y él se sentía muy orgulloso de lo que hacía y muy feliz.
Pensaba: “Gracias a mí maduran los frutos, os doy vitaminas que os ayudan a crecer y estar sanos, derrito los hielos y tenéis abundante agua, sin la que no podríais vivir. Ayudo a que salgan miles de flores que os alegran la vista y el olfato, y un montón de cosas más. Y a cambio, ¿qué hacéis los seres humanos por mí? Nada, ni caso, como si fuera mi obligación salir todos los días a calentar la Tierra”.
Estaba tan, tan furioso, que decidió darse unos días de vacaciones y no brillar en el cielo.
Y ¿sabéis lo que pasó? Que aquello fue un auténtico desastre: la Luna y las estrellas se enfadaron mucho porque tuvieron que hacer horas extras y no podían irse a descansar. Estaban indignadas. ¿Cómo podía el Sol hacer semejante locura?
Empezó a hacer frío, cada vez más frío. Las flores no se abrían, las frutas no maduraban, los animales estaban despistados, pues no sabían cuándo dormir y cuándo despertar. Las luces de las calles y de las casas tenían que estar encendidas todo el tiempo. La gente empezó a ponerse triste, muy triste, y algunos incluso enfermaron.
A los niños les costaba mucho levantarse para ir a la escuela:
–Mamá, déjame dormir un poco más, que todavía es de noche.
–No, cariño, que ya es la hora. Ya es de día, aunque el Sol no haya salido todavía.
Los responsables de todos los países del planeta estaban muy preocupados, pero no sabían qué hacer hasta que a uno se le ocurrió una idea: debían ir a hablar con el Sol.
Se reunieron representantes de todos los lugares de la Tierra y juntos se dirigieron a la montaña por la cual acostumbraba a nacer el Sol.
Y una vez en la cima le pidieron que saliera de su escondite y les escuchara con atención. Entonces le hablaron y le suplicaron que volviera a brillar en el cielo.
–¡Ah! ¿Así que me echáis de menos y queréis que vuelva? –les dijo muy enfadado.
–Sí, te pedimos que vuelvas y reconocemos que tu presencia es necesaria para la vida de toda la Tierra, no solo para nosotros los seres humanos, sino para los animales y las plantas también. Tú nos das la vida y sentimos mucho haberlo olvidado, te prometemos recordarlo de ahora en adelante y para siempre. Te estamos profundamente agradecidos. Perdónanos, por favor…
–Bueno, me lo voy a pensar…
Y el Sol volvió a esconderse detrás de la montaña.
Como también la Luna y las estrellas se lo estaban pidiendo por favor todos los días, cada vez con mayor insistencia, decidió al fin salir a la mañana siguiente.
¿Y os imagináis lo que pasó?
Que en todo el mundo se celebraron fiestas en su honor, se levantaron monumentos, se hicieron canciones y poesías, se grabó su rostro en las piedras y hasta se pusieron de moda las danzas al Sol.
Eso sucedió hace mucho, mucho tiempo, y el Sol, desde entonces, sigue saliendo todos los días y dando su luz y calor.
¿No crees que tú también debes darle las gracias?
Autora: Begoña Ibarrola

En este cuento se habla de la gratitud, del enfado y de la forma de solucionar un conflicto a través del diálogo y el cambio de actitud.
Comentar lo que es el agradecimiento. ¿Por qué cosas pueden dar gracias? Durante uno o dos días, pedir a los alumnos que den las gracias a alguien de la clase cuando lo sientan, cuando les ayuden o les hagan un favor.

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